HISTORIA DE LA AUTOBIOGRAFÍA
Coincide gran parte de la crítica en afirmar que el origen del término autobiografía se sitúa en los finales del Siglo XVIII. Concretamente, en Alemania, en 1798, en algunos textos de Friedrich Schlegel. El término ya existía, segúnDominique Marie en su trabajo Création littéraire et autobiographie en el alemán autobiographen en 1779, adoptándolo el inglés en 1809.
El origen de la palabra es griego: la suma de autos, bios y graphos. El término autos designa el carácter personal del sujeto que cuenta. Bios marca la narración o relato en el curso histórico de una vida. Y graphos la plasmación escrita y el deseo de perdurar de aquellos hechos notables que pudieran, de otro modo, perderse. Porque, en último caso, la autobiografía, incluso a nivel etimológico, es el resultado de un camino que se acaba, ante la presencia, que se intuye no muy lejana, de la muerte. En definitiva, un supremo acto de rebeldía frente a la desmemoria y el olvido, consecuencias efectivas del paso del tiempo.
Sin embargo, aunque el término es relativamente moderno, existen autobiografías desde mucho antes de que se acuñara la palabra. La crítica, otra vez, parece ser unánime al conceder a San Agustín el privilegio de haber escrito la primera autobiografía, sus Confesiones, catorce siglos antes de la invención del término.
William C. Spengemann en su libro The forms of autobiography establece una cronología del género marcando cuatro periodos en su desarrollo. El primero, que llama de “la auto-explicación histórica”, corresponde a la autobiografía que se escribió entre las Confesiones agustinianas y las ilustradas de la primera parte del Siglo XVIII. Durante este periodo de tiempo, el género tiene un carácter objetivo, histórico y busca, en las obras, mostrar la verdad de los hechos que se narran. A este primer periodo, según Spengemann, sucedería un segundo que él llama de “auto-investigación filosófica” que corresponde a la autobiografía puramente ilustrada, de John Stuart Mill o de Benjamín Franklin, por ejemplo. En estos textos, el autor añade al puro relato histórico una concepción del mundo, una conclusión ideológica que parte de su experiencia y de su vida dilatada. El tercer periodo, que él llama de “auto-expresión poética”, correspondería al periodo del Romanticismo y tendría como máximo exponente a Rousseau y sus Confesiones. La autobiografía, entonces, no es sólo un relato histórico o un reflejo destilado del pensamiento de su autor, sino que adquiere una dimensión mucho más subjetiva, individual, personal, donde caben los detalles más íntimos y escabrosos del autobiografiado. Una exacerbación o exageración de ello daría lugar a lo que Spengemann da en llamar el periodo de la “auto-invención poética”, o cuarto periodo, en que la autobiografía se llena de ficción acercándose al género novelístico y a otras especies literarias de las que, al menos en sus orígenes, parecía estar muy alejada. En todo caso, lo que subraya Spengemann es cómo la autobiografía va perdiendo mucho de la objetividad de sus orígenes y camina, con el tiempo, hacia lo subjetivo, perdiendo el carácter histórico inicial.
Resulta así paradójico cómo el desarrollo del género va paralelo a la evolución del subjetivismo en dichas obras. Y no resulta ajeno al devenir de la autobiografía el propio devenir de la Historia. Si observamos la aparición del término en Europa, veremos cómo hay que situarse en todo caso en la primera mitad del XIX: “autobiografia” en italiano en 1828; “autobiography” en inglés en 1809; “autobiographie” en francés en 1836. Y, para España, en el Diccionario nacional de Ramón Joaquín Domínguez en 1846. Fechas, todas ellas, en torno al periodo del Romanticismo. Será este periodo el que marque el nacimiento de un nuevo concepto del género en la línea de lo apuntado por Spengemann. Y el que hará que surja un abundante número de autobiografías en nuestro país: Alcalá Galiano, José Zorrilla, Mesonero Romanos, Espoz y Mina, Fernández de Córdoba, el Marqués de Miraflores, etc.
La explicación a la explosión repentina de tal número de obras del género autobiográfico en nuestro país la ha dado muy acertadamente Manuel Moreno Alonso en su obra Historiografía romántica española:
“A diferencia de otros países, Francia, por ejemplo, el género autobiográfico ha sido poco cultivado en España. Sin embargo, durante la época que nos ocupa [el Romanticismo] el número de escritores autobiográficos, publicados unos, editados otros, aumentó de manera espectacular. La explicación que ello puede tener radica en la importancia de los hechos históricos ocurridos en la época, la conciencia extraordinariamente historicista del hombre romántico de dar cuenta de la historia de su vida [...] y el deseo de justificación por parte de sus autores”.
Es curioso, pues, cómo a la vez que se desarrolla, en el Romanticismo, dicha conciencia historicista – objetiva- se desarrolla en paralelo la autoconciencia subjetiva del individuo. Formando ambas parte de la identidad de aquel movimiento literario. Precisamente, los ingredientes que conforman el género de la autobiografía y los que hacen de él un género bifronte, en una lucha dialéctica por razón de esa doble naturaleza.
Quizás la mejor definición del término la ha dado el que pasa por ser su mejor estudioso, Philippe Lejeune, en su libro Le pacte autobiographique cuando dice que es:
“La narración retrospectiva en prosa que hace una persona real de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y principalmente en la historia de su personalidad”.